Cuentos completos IV by Philip K. Dick

Cuentos completos IV by Philip K. Dick

autor:Philip K. Dick [Dick, Philip K.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1987-01-01T05:00:00+00:00


CEMOLI ENTRA EN UN GOBIERNO DE COALICIÓN.

CESE TEMPORAL DE LAS HOSTILIDADES

—El teléfono, por favor —dijo LeConte a su secretario.

—Sí, señor. —Su subordinado le entregó el teléfono portátil—. Pero ya casi hemos llegado, señor. Y siempre existe la posibilidad, si no le importa que lo mencione, de que hayan pinchado la línea.

—Están demasiado ocupados en Nueva York —dijo LeConte—. Entre las ruinas. «En una zona que no le importa a nadie desde hace tanto tiempo que ya ni me acuerdo», se dijo. Sin embargo, el consejo del señor Fall no era desacertado; decidió esperar—. ¿Qué le parece el último artículo? —preguntó a su secretario mientras le enseñaba el periódico.

—Muy interesante —dijo el señor Fall con un asentimiento de cabeza.

LeConte abrió su maletín y sacó un libro de texto, viejo y sin tapa. Lo habían fabricado hacía sólo una hora y era la siguiente pista que dejarían para que la encontrasen los invasores de Próxima Centauri. Ésta en concreto era contribución suya y se sentía muy orgulloso de ella. El libro describía con enorme lujo de detalles el programa de cambios sociales de Cemoli: la revolución, relatada en un lenguaje comprensible para los escolares.

—¿Me permite preguntar —dijo el señor Fall— si la jerarquía del Partido tiene la intención de que encuentren un cadáver?

—Con el tiempo —dijo LeConte—. Pero eso no será hasta dentro de varios meses. —Extrajo un lápiz del bolsillo de su gabardina y escribió sobre el manual, con letra vacilante, como si fuera la de un joven alumno: Abajo Cemoli.

¿Estaría excediéndose? No, decidió al fin. Tenía que haber resistencia. Del tipo espontáneo, estudiantil, sin duda. Añadió a continuación: ¿DÓNDE ESTÁN LAS NARANJAS?

El señor Fall miró lo que había escrito y preguntó:

—¿Qué significa eso?

—Cemoli promete naranjas a los jóvenes —le explicó LeConte—. Otra falsa promesa que la revolución no cumple. Fue idea de Stavros… Claro, es verdulero. Una gran idea. «Que le otorga —pensó— un punto más de verosimilitud. Son los detalles los que garantizan el éxito.»

—Ayer —dijo el señor Fall—, cuando estaba en la oficina del Partido, oí una cinta que acababan de grabar. Cemoli dirigiéndose a la ONU. Era increíble. De no haber sabido…

—¿A quién se la encargaron? —preguntó LeConte. Le extrañaba no haberse enterado.

—A un cómico de aquí, de Oklahoma. Muy poco conocido, naturalmente. Creo que está especializado en imitaciones. Le dio un carácter amenazante, pomposo… He de admitir que fue muy divertido.

«Y mientras tanto —pensó LeConte—, no hay juicios por crímenes de guerra. Los que fuimos líderes durante la guerra, tanto en la Tierra como en Marte, los que ocupábamos puestos de responsabilidad…, estamos a salvo, al menos por un tiempo. Y puede que para siempre. Mientras nuestra estrategia siga funcionando. Y mientras no se descubra el túnel que comunica con el céfalon del homeoperiódico, que tardamos cinco años en construir. Y mientras no se desplome…»

El coche a vapor aparcó en el espacio reservado para él, frente al cartel general del Partido. El chófer bajó para abrirle la puerta y LeConte salió tranquilamente a la luz del día, sin la menor sensación de ansiedad.



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